ESE ENEMIGO A COMBATIR LLAMADO ESTRÉS

El doctor en Medicina e investigador del Conicet, Oscar Bottasso, analiza el estrés en la sociedad actual. “Nos exigimos mucho más de lo que realmente somos capaces de afrontar y andamos a los tropezones”, sostiene.

El tránsito es un caos. Las noticias atomizan. Hay responsabilidades múltiples y fiebre por la última tecnología. La práctica de fútbol del nene empieza a las ocho. Hoy es el cumpleaños de la nena… En el año 2016, el día debería tener más de 24 horas. Los tiempos no alcanzan y el estrés domina.
Para conocer en profundidad este estado emocional de las personas y cómo intentar combatirlo, Buenas & Sanas dialogó con el doctor en Medicina Oscar Bottasso, investigador principal del Conicet, docente de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario y miembro del Instituto de Inmunología Clínica y Experimental de Rosario.
“La primera significación del término estrés se refería a cualquier situación que implicara amenaza. Alrededor de los años 30, se lo vinculó con los mecanismos de respuesta a las situaciones de amenaza y se describieron las tres fases típicas de una respuesta de adaptación: alarma, resistencia y agotamiento”, indica el especialista.
A juicio de Bottasso, el ser humano está expuesto a situaciones estresantes, cuyos factores, en su mayoría, son externos. “Identificados los factores estresantes, sobreviene la respuesta que montamos ante tal situación; cada persona lo hace de un modo muy singular. Cierto es que cuando soplan vientos muy fuertes no es fácil caminar sin trastabillar. Allí ingresamos a la zona del distrés (o estrés negativo) y eso tiene un grado de repercusión orgánica, en buena medida influenciado por la durabilidad del estímulo y la vulnerabilidad propia de cada individuo. El llanto del cuerpo, o del dolor mental, si se quiere, se expresan de diversas maneras y con distinto grado de intensidad”, explica.

¿Cómo reacciona el sistema psico-inmuno- endocrino ante un estado de estrés?

La situación de estrés comienza a cobrar jerarquía cuando el estímulo persiste. La coordinación de las respuestas ante los diversos estímulos estresantes se da en una zona del cerebro denominada hipotálamo, la cual recibe información somatosensorial, auditiva, visual, como así también del área límbica (donde se integran los aspectos emocionales y cognitivos). El hipotálamo genera una serie de factores que actúan sobre la glándula hipófisis, que es una suerte de directora de la orquesta endocrinológica, ya que se encarga de regular el funcionamiento de las glándulas productoras de hormonas, por ejemplo, adrenal, gonadal y tiroides. En paralelo, el sistema nervioso autónomo tiene a su cargo la liberación de neurotransmisores. En el caso que nos ocupa, los más relevantes son las catecolaminas; la más popularizada, precisamente, la adrenalina.
Cuando el estrés deviene claramente nocivo prepondera la presencia de cortisol y adrenalina, que son mediadores con una amplia gama de efectos sobre el organismo y responsables, al hallarse en concentraciones suprafisiológicas (por encima de lo no normal), de una serie de trastornos que van desde la afectación cardiovascular hasta la inmunológica, pasando por una serie de desórdenes metabólicos. Si la situación se perpetúa, el cuerpo enviará señales de alarma a las que deberemos atender debidamente.

¿Cuáles son los principales factores que generan estrés negativo (distrés)? Más allá de los consejos médicos, ¿qué acciones diarias debe modificar la persona para combatirlo?

Desde lo que uno percibe, el elemento fundamental que subyace en la mayor parte de los estados de estrés negativo es una falta de reconocimiento de nuestras limitaciones. Es imperativo que uno pueda reconciliarse con ellas. Si no conseguimos o no deseamos identificarlas, nuestro tránsito se tornará limitado. Yo diría que éste es el salto cualitativo que debe darse. A partir de allí, todo resultará más fácil de atemperar. El deporte, la música y la recreación son antídotos que el hombre ha venido usando desde hace tantísimo tiempo puesto que todos estos recursos logran contrarrestar esa carga negativa, aunque de modos diversos. No es lo mismo sentarse a escuchar una sinfonía de Brahms que jugar un partido de fútbol. En la definición de persona, San Agustín hablaba de aquella dimensión exclusiva e irrepetible que tiene cada miembro del género humano. Cuánto esfuerzo inútil en tratar de ser diferentes cuando ya lo somos por naturaleza .

¿La sociedad es consciente de los ritmos acelerados de vida que frecuentemente se aprecian en las acciones cotidianas y del estrés que ello genera?

Desde una perspectiva individual, creo que sí lo es. El punto es que vivimos una época signada por el mandato de convertirnos en seres inexorablemente exitosos o, al menos, que los demás nos vean así. Ergo, nos exigimos mucho más de lo que realmente somos capaces de afrontar y andamos a los tropezones. Bajarse de ese tren requiere de una profunda reflexión y trabajo interior.
Cuando abordamos estas cuestiones, recuerdo el poema “Si”, de Kipling, donde señala: “Si puedes conocer al triunfo y la derrota, y tratar de la misma manera a esos dos impostores”. Una síntesis perfecta, que uno nunca debería dejar de lado. Lamentablemente, en la carrera de perseguir la zanahoria desatendemos este sabio consejo.

¿El estrés negativo predomina en determinadas edades, género, profesiones, ciudad o situaciones particulares?

Me movilizo mayoritariamente a través de los ómnibus urbanos y eso me posibilita advertir personas, particularmente adolescentes, que van escuchando una música atronadora, la cual uno puede llegar a percibir a través de los audífonos.
A grandes rasgos, uno podría arriesgar que en la franja poblacional de los jóvenes se vislumbra una tendencia a las emociones fuertes, deportes de riesgo y las fiestas electrónicas, por ejemplo.
El estrés negativo es mucho más transversal; el hilo conductor que une a las situaciones de esta naturaleza es una suerte de acorralamiento. Individuos atrapados en un brete por razones que, en general, están fuera del propio control, aunque algunos han dado pasos firmes para llegar a ese estado de cosas.

¿Las personas estresadas acuden a profesionales habitualmente o asimilan esta situación como algo normal en su vida laboral, familiar o conyugal?

Una gran franja de las personas estresadas termina incorporando/aceptando este modus vivendi. En algunos casos, es probable que no existan demasiadas opciones para salirse de esa situación. En otros, habría un modo de despegarse pero termina ganando el status quo, porque la “recompensa” sigue teniendo su encanto. En líneas generales, con el tiempo, el vino se terminaría agriando. Mi impresión es que no concurren a la consulta médica todos los que deberían hacerlo.

¿Cómo podrían colaborar desde los gobiernos e instituciones privadas para intentar reducir el estrés de su población?

No suena fácil, porque la intrincada maraña en la que nos toca vivir es estresante en sí misma y, de momento, no pareciera que la aldea global tenga intenciones firmes de revertir esta situación. Lo que sí podemos hacer como sociedad e individuos es tomar conciencia y, a partir de allí, trabajar desde la educación para dejar de idolatrar a dioses que no son tales. La persona debe volver a situarse en el centro y privilegiar su integridad, lo cual implica tener en cuenta las esferas biológicas, psicológicas y axiológicas. En la concepción de los griegos sobre persona, ellos la asimilaban a una especie de máscara (prósopon) de la que nos valemos. El desafío, quizá, resida en encontrar un disfraz que no nos resulte incómodo o inadecuado.

¿Qué papel, considera, tienen los incesantes avances tecnológicos en materia de estrés?

La tecnología es una amalgama entre técnica y conocimiento científico. Muy a menudo la tecnología hace posible la investigación científica, y muchos descubrimientos científicos no se habrían producido de no contar con avances tecnológicos.
Así, la tecnología halla su legitimación y bienvenida sea. El lado oscuro se da cuando, a partir de este envión, decidimos sin tapujos que, si algo puede hacerse, pongámonos ya mismo a trabajar en esa dirección; los medios justifican el fin y se vuelven soberanos. (…) Nos están endulzando con la quimera de que llegaremos a tener el control absoluto de todo lo que nos rodea.
Pero antes de poblar el futuro, habrá que barajar los riesgos. Y para ello es imperioso apelar a la sabia reflexión de Hans Jonas sobre el principio de precaución. Hoy en día, la conciencia pública de los riesgos cotiza muy mal. Más allá del estrés que condiciona el empeño en acceder el objeto tecnológico (abundan los ejemplos), nos aguardarán nuevas fuentes de estrés, en tanto sigamos ensuciando sin saber cómo limpiar, sin divisar estrategias para ponderar los daños que podríamos estar produciendo, habida cuenta que, sin darnos cuenta, nos vamos incorporando a esa máquina potencialmente generadora de peligro.