Comunidad científica y pandemia: desafíos presentes y futuros
La pandemia de Covid-19 marcó un hito para la comunidad científica vinculada a la inmunología y a la salud: por primera vez en la historia una vacuna se desarrolló con tanta celeridad. A casi dos años de su irrupción, realizamos un repaso por lo que deja y lo que vendrá junto a la Dra. Ana Rosa Pérez, directora del IDICER CONICET.
Ana Rosa Pérez es Doctora en Ciencias Biomédicas y Licenciada en Biotecnología. Al frente del Instituto de Inmunología Clínica y Experimental de Rosario (IDICER CONICET), comparte en esta entrevista su mirada sobre la situación actual de la pandemia y qué hay en el horizonte de la comunidad científica frente a este tipo de amenazas.
¿Cómo analiza el panorama actual respecto a la pandemia?
En este momento, estamos atravesando una muy buena situación epidemiológica (N. del E.: la entrevista se realizó hacia finales del mes de septiembre de 2021). Estamos con un número de casos muy bajo en relación con lo que veníamos registrando. Los niveles de vacunación están entre el 40 y el 50% dependiendo de la provincia, y en algunos casos con dos dosis. En Santa Fe estamos llegando al 50% con ambas dosis, lo cual es un nivel muy bueno comparado incluso con otros países del primer mundo. Ahora bien, esto no quiere decir que el contexto no pueda empeorar o cambiar en algún momento, por ejemplo, si la variante Delta o alguna otra cepa comienza a aumentar el número de contagios.
¿Por qué es importante el papel que desempeñaron las vacunas?
Sin dudas, el alto porcentaje de vacunación que hemos alcanzado (el cual, idealmente, debería ser incluso más alto) está directamente relacionado con la baja en el número de casos y en la cantidad de internaciones. Es una realidad que, a medida que aumentó la vacunación, cayó notablemente el número de casos, siempre hablando de las cepas que más circulaban en la población. En cuanto a la mortalidad, si bien disminuyó, todavía debería disminuir algo más. Pero de nuevo, existe la posibilidad de un cambio en este panorama. El caso paradigmático es Israel, el primer país que alcanzó el mayor porcentaje de vacunación y liberó la mayor parte de las actividades. Con el ingreso de la cepa Delta, tuvo un pico de casos y ahora ya se está pensando en una tercera y hasta cuarta dosis de vacuna.
¿Cómo ha tomado el desafío de comunicar a la población la necesidad de vacunarse?
Creo que por ser un país catalogado como “upper-middle country” y más allá de todas las críticas que hubo para el gobierno, si uno mira países que están en situaciones similares a la nuestra, no hemos tenido una campaña de vacunación tan mala. Obviamente no nos podemos comparar con los países del primer mundo que tienen una mayor capacidad para comprar vacunas e incluso para producirlas, lo cual les da una soberanía que nosotros no tenemos.
Por otra parte, creo que tenemos una población que acepta mucho más las vacunas en comparación a otros países. Tanto en Europa como en Estados Unidos, hay movimientos antivacunas que hacen que los porcentajes de vacunación no se incrementen como deberían. Algunos medios masivos de estos lugares comienzan a considerar que se ha tocado un techo en cuanto a cantidad de vacunados. En nuestro país, hay muchas personas que no son antivacunas, pero que tenían cierto temor. Aún así, se vacunaron igual. En este sentido, todas las campañas que se llevaron a cabo han ayudado mucho, como fue el caso de #ViralicemosconCiencia, una experiencia de difusión del conocimiento científico sobre la pandemia y de promoción de la vacunación que impulsamos desde el IDICER a través de distintos soportes y medios y tuvo un feedback muy interesante de la comunidad.
¿Cree que hay una justificación para tener miedo a las vacunas? ¿Cómo cree que jugó el papel del tiempo récord en el que se produjo?
Algunas tipos de las vacunas contra COVID19 se administran a la población por primera vez, entonces creo que hay dudas lógicas. Administrar vacunas que nunca habían sido probadas masivamente en un corto período de tiempo hizo que incluso los mismos inmunólogos tuviéramos ciertas incertidumbres en los primeros meses de la pandemia. Pero, verdaderamente, mucho del trabajo que se hizo con el Coronavirus ya había sido probado con el SARS y el MERS, que son los antecesores del virus. Hubo muchos estudios con ese tipo de vacunas y esto, en parte, más el progreso de la biología molecular, fue lo que permitió que en un lapso de entre seis y ocho meses tuviéramos una vacuna disponible. Se discutió mucho sobre los efectos a largo plazo. Sin embargo, los ensayos de efectividad y eficacia que se realizaron fueron muy buenos. Ante la gravedad de la infección, había que poner las cosas en la balanza.
¿Qué lectura hace de las diferencias entre las realidades socioeconómicas de los países y el avance de la vacunación?
Es una diferencia que sigue existiendo. En África hay un 2% de la población vacunada y Haití fue el último país de Latinoamérica en comenzar la vacunación. Lamentablemente, más allá de que el desarrollo científico logró producir la vacuna, se falló en la distribución equitativa a nivel mundial. Si bien la Organización Mundial de la Salud intentó establecer algunos mecanismos de equidad, como el mecanismo COVAX, realmente no funcionó y los países más ricos acapararon una cantidad de dosis enorme. A futuro deberíamos trabajar este tipo de cosas y actuar con mayor solidaridad. Quizás la OMS no tuvo el peso que debió haber tenido en este aspecto.
¿Cómo cree que se ha abordado la cuestión logística de la distribución de vacunas?
Si Pfizer hubiese sido la vacuna elegida para Argentina, no hubiésemos podido afrontar de manera inmediata la logística necesaria. No tenemos infraestructura para mantener vacunas a -80°. Incluso, una importante empresa de EEUU no tuvo la capacidad para hacerlo. Uno de los objetivos que se plantean los desarrolladores de vacunas es que se puedan almacenar en heladeras y que, en lo posible, no requieran almacenamiento. Hoy, que llegan algunas vacunas de Pfizer en cantidades minoritarias, ya se pueden administrar. En los momentos en que hubo tantos reclamos, quizás no se explicó adecuadamente lo compleja que era la logística.
¿Qué avances cree que dejará la pandemia?
Creo que el sector salud, o al menos el área específicamente ligada al desarrollo de vacunas, estará un poco mejor equipada. Ahora bien, generar infraestructura específica lleva mucho más tiempo, más allá de algunos grupos específicos lograron equiparse un poco mejor. Lo más importante es lo que aprendimos al enfrentar esto, cómo logramos producir algunos insumos básicos de necesidad de forma muy rápida, por ejemplo. Habrá que pensar en cómo afrontar una futura pandemia. Lo destacable ahora es que, en función de nuestra estructura actual, pudimos responder de la forma más rápida y eficiente posible.
¿Cuál es su evaluación de la respuesta del sector científico? ¿Dónde ubica a nuestro país en ese marco?
Esta pandemia representa un hito a nivel global. Es la primera vez en la historia de la humanidad que una vacuna se desarrolla tan rápidamente, que puede atravesar todos los controles establecidos. Claro que hubiésemos deseado que la efectividad ronde el 100% y que el nivel de protección tenga una duración mucho mayor, pero no se registra en la historia este nivel de respuesta. De hecho, para todo el arco de la ciencia ligado a la salud fue un año muy movilizador en la búsqueda de soluciones, aunque algunos grupos pudieron enfrentar este desafío y otros no tuvieron suficiente equipamiento.
En Argentina tenemos un muy buen nivel de recurso humano, pero a veces estamos un poco atrasados en cuanto a infraestructura como para poder desarrollar ciertas herramientas. Se avanzó mucho en el desarrollo de kits de diagnóstico y, si bien avanzamos en la producción de vacunas, la infraestructura local no tiene aún la envergadura de otros países del mundo y por ello vamos más rezagados en el desarrollo de vacunas propias.
¿Qué situaciones observan desde la comunidad científica como riesgos potenciales de nuevas pandemias?
Epidemias y pandemias existieron siempre. Probablemente en algunos años tengamos otra. Cuanto más degrademos el medioambiente e intervengamos en hábitats que no nos son comunes, habrá mayor probabilidad de interacción con patógenos con los cuales nunca habíamos interaccionado previamente y que, probablemente, tengan capacidad de infectarnos. A eso le podemos agregar que diferentes virus con los que estamos en contacto desde hace años pueden mutar y generar infecciones. Ciertamente las epidemias y pandemias están latentes. Deberíamos desarrollar mecanismos de detección o de control más rápidos y eficientes. Hay que estar atentos, pero no creo que nos tengamos que asustar. Es parte de la lógica de la vida y de la interacción entre patógenos y humanos.