UNA HISTORIA DE PRINCIPIOS

Así como lo hizo el mutualismo, el cooperativismo comenzó a extenderse en nuestro país desde el siglo XIX y nunca dejó de crecer. Una breve reseña histórica y la visión crítica de la historiadora especialista, Celia Gladys López.

La historia del cooperativismo en Argentina comenzó a escribirse hacia finales del siglo XIX, con el accionar de numerosos grupos de inmigrantes que dieron vida a diversas instituciones. En un principio fue con el objetivo de mantener la identidad común sobre la base de la lengua, tradiciones y costumbres. Muchas de estas agrupaciones fueron mutando aquellos primeros fines hacia la provisión de asistencia y ayuda a los connacionales radicados en el país. Un primer antecedente puede mencionarse en la Sociedad Cooperativa de Producción y consumo de Buenos Aires, inspirada por el sociólogo francés Adolfo Vaillant, nacida en 1875 con el propósito de mejoramiento de la clase obrera. Diez años más tarde se formó la Compañía Mercantil de Chubut, bajo la iniciativa de colonos galeses, quienes se propusieron acondicionar la producción de sus asociados y actuar también como una proveeduría. En el mismo año, otro grupo de franceses socialistas fundaron la Cooperativa de Consumo en Capital Federal, en respuesta al trato represivo que habían padecido en su país de origen.

Estos primeros intentos, aunque no prósperos en el paso del tiempo, sirvieron como puntapié inicial en este país de un movimiento fundado en Rochdale, Inglaterra, en 1844. Entonces, la Sociedad Equitativa de Pioneros de Rochdale se conformaba como la primera cooperativa de consumo, pionera en distribuir entre sus socios los excedentes de la actividad. Sus famosos principios fueron la base para muchas otras sociedades en el viejo continente; más tarde cruzarían el océano y llegarían a esta tierra: libre adhesión y libre retiro; control democrático por los asociados; participación económica de los asociados; autonomía e independencia; educación, capacitación e información; cooperación entre cooperativas; e interés por la comunidad.

Organismos conformados sobre la aceptación de estos principios siguieron aflorando con el correr de los años, siendo el sector agropecuario uno de los más prolíficos y con mayor iniciativa en la materia. En 1926 se promulgó la ley 11.388, que describió por primera vez con precisión las características de las sociedades cooperativas. Hacia 1980, existían cerca de 4000 cooperativas y el aumento en la cantidad continuó durante la década del 90, con el surgimiento de las cooperativas de trabajo como principal formato.

¿Cuál es el estado actual del cooperativismo?

La situación del cooperativismo en general no se ve muy bien. En la última década se crearon cooperativas de la noche a la mañana, sin capacitación. Primero tienen que conocerse los principios de la cooperación y luego ver qué es lo que se va a hacer para beneficiar al grupo social al que va destinada. No se forma una cooperativa para tener una larga lista en una municipalidad. Se permitió políticamente porque se sacaba un rédito para las próximas elecciones, pero cuando se transforman los movimientos políticos y se van los dirigentes, se perjudican las cooperativas, no los políticos.

¿A qué valores deberían responder las cooperativas?

Los principios son muy claros, son los rochdaleanos. Aquellos sobre los que se forjaron las cooperativas históricas. Deberían basarse en esos principios y sobre todo no olvidarse de la parte humanística. Los técnicos saben mucho de la parte técnica y de lo que es formar una cooperativa, pero no conocen nada de la historia. A la larga, esas cooperativas terminarán siendo empresas que sólo tienen el nombre de cooperativas.

¿En qué medida afectan los cambios de gobierno a estas instituciones?

Si las agrupaciones son exitosas y se aferra a los principios, los cambios de gobierno no tienen por qué afectarlas. Los gobiernos pasan y las cooperativas quedan. Somos un país de constantes crisis económicas y políticas. Cada tres o cinco años estamos viendo una crisis. Las primeras cooperativas son las que hay que destacar, cuando la cooperativa se agranda comienza la transformación que debería ser institucional.

¿Cree que mutar a estos formatos sería una buena alternativa para empresas que atraviesan momentos complicados por la coyuntura?

Puede ser una de las respuestas más positivas ante la crisis. Pero hay que tener un conocimiento claro de las cooperativas y adaptarse a los tiempos. No transformarla en algo que no sea ni cooperativa ni empresa, están bien los modelos híbridos, pero que no se aparten de los principios. La economía social que en este momento está en auge, tiene que volver a ser importante en Argentina. La necesitamos a nivel social, porque estamos muy divididos; y también a nivel institucional, creando empleos y recuperando una imagen de seriedad empresaria que los cooperativistas perdimos.

¿Cómo cree que evolucionó el rol de la mujer y de los jóvenes dentro del movimiento?

En parte evolucionó el rol de la mujer. En general ha sido relegada a las tareas de hacer el café, tareas administrativas, catering para reuniones, pero no ha sido tenida en cuenta como compañera activa en la dirigencia. Gradualmente, han ido ganando terreno. Destaco el caso de la Cooperativa Agrícola Regional de Crespo que siempre les dio un lugar de participación como auténticos miembros. Con respecto a los jóvenes, depende de la dirigencia el hacerles un lugar.

¿Cómo ve el futuro del movimiento?

Los historiadores no tenemos perspectivas negativas porque la historia la hace el hombre que siempre trata de superarse. Las cosas que no están bien se irán encaminando. Habrá que apelar a la capacitación de las cooperativas que no tuvieron una formación homogénea y para que la gente las pueda aprovechar como corresponde. Tenemos que mirar a otros países como España, tomar ejemplos y aplicar la praxis a nuestra región y nuestro país. Debemos mostrar las cosas que no están bien y corregir los errores; volver a los principios adaptándolos al concepto