La agenda pendiente: ¿qué nos debemos como sociedad global?

Los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU estarán en vigencia hasta 2030. Un repaso por las principales metas, sus contradicciones y sus riesgos. En busca de un futuro promisorio, la humanidad debe librar varios debates postergados. ¿Podremos cerrar la brecha entre lo utópico y lo real?
“No tenemos plan B porque no hay planeta B”, afirmaba Ban Ki-moon, el secretario general de Naciones Unidas entre 2007 y 2016, estableciendo una línea de guía para los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). El 25 de septiembre de 2015, los líderes mundiales adoptaron esta serie de metas que actualizan y reemplazan los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) creados en 2000. Esta nueva serie de premisas pretende guiar a los países hacia un futuro sustentable. Erradicar la pobreza extrema y el hambre, lograr la educación primaria universal, promover la igualdad de género, reducir la mortalidad infantil y garantizar la sustentabilidad ambiental son algunos de los puntos destacados de una lista de 17 ítems que estarán en vigencia hasta 2030.
La nueva lista se caracteriza por un abordaje más integral del tema y por una mayor transversalidad entre las metas, particularmente en el caso de las políticas en pos de la igualdad de género. Al mismo tiempo se pretende revitalizar las alianzas entre gobiernos e integrar al sector privado y la sociedad civil. También, a diferencia de los ODM enfocados mayormente en países en desarrollo, los ODS apuntarán a países desarrollados, incentivando una mayor cooperación tanto en la construcción de infraestructura que sustente el crecimiento, como en el aumento de fondos para ayuda.
Posiblemente la principal crítica que se ha esgrimido contra estos objetivos ha sido su naturaleza contradictoria y la superposición entre algunos de ellos. Hablar de buscar incentivos para el desarrollo industrial, innovación e infraestructura, o mejorar la calidad de vida en los países en desarrollo, al mismo tiempo que se pondera la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y el consumo responsable, resulta cuanto menos chocante. Por otro lado, la lista tampoco plantea metodologías ni planes de acción concretos, sino que deja en manos de los gobiernos la instrumentalización y puesta en práctica de las políticas que deberían guiar a la humanidad hacia un futuro sustentable; solamente se trata de una serie de directrices que podrían influir sobre esas políticas.
The Economist ya se adelantaba a la publicación de los ODS con un artículo publicado el 26 de marzo de 2015, en el cual se analizaban las reuniones previas al anuncio de la ONU. Encuentros concertados en Sendai (Japon), Nueva York (Estados Unidos), Addis Ababa (Etiopía) y París (Francia) abordaron los temas que serían medulares para el trazado de los nuevos objetivos. La nota elaborada por el medio con sede en Londres titulaba “2015 will be a big year for global governance. Perhaps too big”, que traducido al español sería: “2015 será un gran año para la gobernanza global. Quizás demasiado grande”, haciendo mención de lo ambicioso que se oía el plan del organismo internacional, sobre todo a la hora de lograr consenso acerca de qué países deberán hacer sacrificios en pos de combatir el cambio climático y cuáles no.
Claro que en esta materia se encuentra una de las mayores apuestas de Naciones Unidas. Estos ODS enmarcaron de algún modo la firma del Tratado de París el 22 de abril de 2016, que constituyó el primer tratado internacional en abordar la lucha contra el calentamiento global desde el Protocolo de Kioto de 1997. Por medio del mismo, las 175 partes firmantes se comprometieron a colaborar en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). La vigencia del acuerdo fue ratificada por la Unión Europea y el resto de sus partes, aunque la salida de Estados Unidos el 1 de junio de 2017 causó cierta preocupación en Latinoamérica, principalmente debido a la reducción de la transferencia tecnológica y de financiación que esto supondría. Actualmente, según los datos presentados por Global Carbon Project y el Carbon Dioxide Information Analysis Centre (CDIAC), precisamente el país gobernado por Donald Trump y China son los dos mayores emisores de GEI en el mundo; el primero con 5.311,69 millones de toneladas y el segundo con 10.150,82 millones.
El ODS de acción por el clima va de la mano con la renovación energética a nivel mundial. “La transición de la economía global hacia fuentes de energía sustentables es uno de nuestros desafíos más grandes en las próximas décadas. La energía renovable es una oportunidad que transforma vidas, economías y al planeta”, sostiene la ONU. En este sentido, el organismo internacional busca incentivar un aumento de la financiación internacional para la transformación energética en países en desarrollo, así como también en la inversión extranjera directa. Al respecto de este último punto, países como Canadá, España y Países Bajos, se han mantenido a la vanguardia durante la última década, llegando a invertir más del 4% de su producto interno bruto fuera de sus fronteras.
Como ya se mencionó, la idea detrás de estos objetivos es lograr una interconexión entre los mismos. En esta transversalidad, las políticas de género son una de las mayores -y también más loables- novedades de la lista, atravesando todas las futuras políticas que se enmarquen en la persecución de estas metas. La ONU trazó una serie de nueve puntos con catorce variables cuyas respectivas evoluciones determinarán el nivel de cumplimiento alcanzado. Algunas, como el sufragio universal, ya son una realidad en casi la totalidad de países del mundo (Arabia Saudita es, de momento, la única excepción de este apartado; Groenlandia y Sahara Occidental no presentan información al respecto en la base de datos de Naciones Unidas). Sin embargo, cuestiones como el mandato de no discriminación por género en las contrataciones laborales, o la inclusión de una cláusula de alcance general en esta materia en las constituciones nacionales, todavía son una deuda en varios puntos del globo, incluso en potencias como Alemania, Italia, Canadá y Rusia. El objetivo, expresado por el propio organismo internacional es para 2030 “eliminar todas las formas de violencia contra todas las mujeres y niñas”.
En conclusión, la ONU presentó una serie de 17 ambiciosos objetivos con un alcance que va desde las principales potencias hasta los países emergentes. Estos describen metas encomiables, aunque también algunas superposiciones y conflictos entre sí. Poner fin a la pobreza o crecer económicamente implica mayor gente con posibilidades de consumir más, yendo a contramano del avance hacia un consumo sustentable. También puede nombrarse el contraste entre la necesidad de migrar a tecnologías ecológicas y reducir emisiones continuando, por otro lado, con el crecimiento en la industria y en infraestructura. Sin embargo, estas aparentes incoherencias revestirían una mayor gravedad si se entendieran estos ODS como leyes rígidas que deben adoptarse y seguirse a rajatabla. Su razón de ser es otra y deben ser entendidos como guías que orienten las decisiones políticas de las naciones. Su naturaleza, en principio casi utópica, puede cobrar mayor sentido si se los adapta a la realidad de cada territorio, revisando las prioridades y urgencias propias de cada uno.
No se trata de establecer un punto inmóvil en el tiempo y el espacio en el cual la humanidad encontrará su salvación definitiva, sino de vislumbrar un horizonte más prometedor hacia el cual caminar, al menos hasta que vuelvan a revisarse en 2030 y éste vuelva a alejarse varios pasos más allá. Tal y como explicaba Eduardo Galeano: “¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar”.

 

Por Emmanuel Paz.